-Armstrong Free Lance-
Estuvimos tomando café los dos una mañana de marzo en la ciudad. Después de ese encuentro en el que hablamos de nuestros tertulianos y amigos Armstrongfl recibía una botella verde con un texto de Gonzalo Wandossel que va a editar THE ONE y que coloca en este espacio. Trata de unos relatos que escribió su autor durante su estancia en Calcuta.
En unos días estará disponible en la web de Editorial Corbalán. También ha facilitado la foto de portada que no he sabido poner aquí.
"Los falsificadores
Antonio, Conchi, y Pablo eran ambiciosos hermanos de vida ejemplar. Los tres habían desarrollado recorridos vitales exitosos, interesados y dirigidos. Conchi se casó con un registrador de la propiedad para sólo tener que preocuparse de niñerías en el futuro. Antonio sufrió una dura carrera profesional que se vio dulcificada por su matrimonio con una bella mujer, una vez que ella aprobó notarías. Pablo dedicó todo su sobrado talento a multiplicar su dinero en la bolsa y a cazar a su mujer, que no aportó fortuna alguna al matrimonio, pero sí un título nobiliario y unas relaciones sociales muy oportunas y necesarias. A los tres los unía el dinero, y las pocas ganas de saber los unos de los otros. El cariño fraternal no era una de las prioridades de su existencia.
La tarde que Antonio y Conchi se reunieron para despedir a su hermano, hacía más de diez años desde la última vez que se vieron. Pablo no había podido superar la cruel y repentina muerte de su mujer, apenas tres meses antes. Se rindió sin remedio, a pesar de que seguía compartiendo su casa con Nuria, su adorada suegra. Aunque tenía noventa años recién cumplidos ella lo cuidó, lo acompañó, y lo consoló en esos duros meses. Pablo y su hija habían colmado con creces las necesidades de sus últimos años de vida. Ahora aparecían unos nubarrones muy negros en su horizonte vital. Con la herencia de su yerno podría vivir muy bien por los restos, pero nada le devolvería la vida de sus dos seres más queridos.
Tres fincas, diez casas, y varias cuentas de más de seis cifras en euros, era dinero más que suficiente; y a Nuria le correspondía legalmente un tercio. Pero Antonio y Conchi no querían compartirlo, aunque no lo necesitaran. Una sola llamada a un abogado sin escrúpulos, y en apenas dos días consiguieron un documento en el que Nuria admitía que sólo le correspondían seiscientos euros en concepto de herencia. Fue fácil falsificar su firma.
Pero el destino no quiso abandonar a la dulce anciana. Su hijo menor descubrió, por casualidad, el documento falsificado. Dos reuniones y asunto resuelto. Nuria heredó todo lo que merecía, y lo repartió entre sus vástagos. Sólo quiso guardarse una pequeña salvaguarda para el resto de sus días.
Unos meses después del sonado escándalo, Conchi visitó a Nuria.
- He venido a pedirte perdón por lo que hice. Me dejé llevar por unos sentimientos que no reconozco -dijo Conchi con cierta pesadumbre.
- Hija mía, yo no soy nadie para perdonarte. Nunca me sentí ofendida. La vida me ha enseñado que en los momentos cruciales todos mostramos nuestra verdadera naturaleza.
El maestro dice: Las riquezas terrenales nunca podrán ocultar lo que de verdad llevamos dentro." (GONZALO WANDOSSEL)
Estuvimos tomando café los dos una mañana de marzo en la ciudad. Después de ese encuentro en el que hablamos de nuestros tertulianos y amigos Armstrongfl recibía una botella verde con un texto de Gonzalo Wandossel que va a editar THE ONE y que coloca en este espacio. Trata de unos relatos que escribió su autor durante su estancia en Calcuta.
En unos días estará disponible en la web de Editorial Corbalán. También ha facilitado la foto de portada que no he sabido poner aquí.
"Los falsificadores
Antonio, Conchi, y Pablo eran ambiciosos hermanos de vida ejemplar. Los tres habían desarrollado recorridos vitales exitosos, interesados y dirigidos. Conchi se casó con un registrador de la propiedad para sólo tener que preocuparse de niñerías en el futuro. Antonio sufrió una dura carrera profesional que se vio dulcificada por su matrimonio con una bella mujer, una vez que ella aprobó notarías. Pablo dedicó todo su sobrado talento a multiplicar su dinero en la bolsa y a cazar a su mujer, que no aportó fortuna alguna al matrimonio, pero sí un título nobiliario y unas relaciones sociales muy oportunas y necesarias. A los tres los unía el dinero, y las pocas ganas de saber los unos de los otros. El cariño fraternal no era una de las prioridades de su existencia.
La tarde que Antonio y Conchi se reunieron para despedir a su hermano, hacía más de diez años desde la última vez que se vieron. Pablo no había podido superar la cruel y repentina muerte de su mujer, apenas tres meses antes. Se rindió sin remedio, a pesar de que seguía compartiendo su casa con Nuria, su adorada suegra. Aunque tenía noventa años recién cumplidos ella lo cuidó, lo acompañó, y lo consoló en esos duros meses. Pablo y su hija habían colmado con creces las necesidades de sus últimos años de vida. Ahora aparecían unos nubarrones muy negros en su horizonte vital. Con la herencia de su yerno podría vivir muy bien por los restos, pero nada le devolvería la vida de sus dos seres más queridos.
Tres fincas, diez casas, y varias cuentas de más de seis cifras en euros, era dinero más que suficiente; y a Nuria le correspondía legalmente un tercio. Pero Antonio y Conchi no querían compartirlo, aunque no lo necesitaran. Una sola llamada a un abogado sin escrúpulos, y en apenas dos días consiguieron un documento en el que Nuria admitía que sólo le correspondían seiscientos euros en concepto de herencia. Fue fácil falsificar su firma.
Pero el destino no quiso abandonar a la dulce anciana. Su hijo menor descubrió, por casualidad, el documento falsificado. Dos reuniones y asunto resuelto. Nuria heredó todo lo que merecía, y lo repartió entre sus vástagos. Sólo quiso guardarse una pequeña salvaguarda para el resto de sus días.
Unos meses después del sonado escándalo, Conchi visitó a Nuria.
- He venido a pedirte perdón por lo que hice. Me dejé llevar por unos sentimientos que no reconozco -dijo Conchi con cierta pesadumbre.
- Hija mía, yo no soy nadie para perdonarte. Nunca me sentí ofendida. La vida me ha enseñado que en los momentos cruciales todos mostramos nuestra verdadera naturaleza.
El maestro dice: Las riquezas terrenales nunca podrán ocultar lo que de verdad llevamos dentro." (GONZALO WANDOSSEL)
PD
Como verá THE ONE este isleño australiano ya ha visto su botella verde en la arena, casi imposible de encontrar entre todas las piedras y las algas que trajo la tormenta de ayer lunes 30 de marzo de 2009.
Un abrazo,
Armstrongfl
